Muy pronto tuvo que dejar la escuela para ayudar a la familia y dio prueba de una madurez precoz al cuidar, a pesar de su poca edad, a niños de algunas familias del pueblo mientras sus padres iban a trabajar. A los doce años se trasladó a Salamanca, con su hermana mayor, y se puso a servir como niñera.
Los domingos por la tarde iba al oratorio festivo de las Hijas de María Auxiliadora; las religiosas la invitaron a ayudar a la comunidad. Eusebia aceptó con mucho gusto y enseguida puso manos a la obra: ayudaba en la cocina, acarreaba la leña, colaboraba en la limpieza de la casa, tendía la ropa en el patio grande, iba a acompañar al grupo de las estudiantes a la escuela estatal y hacía los mandados en la ciudad.
En su interior fue creciendo el deseo secreto de consagrarse totalmente al Señor. Pensaba: «Si cumplo con diligencia mis deberes, tendré contenta a la Virgen María y podré un día ser su hija en el Instituto». No se atrevía a pedirlo, por su pobreza y falta de instrucción; no se creía digna de tal gracia, pues pensaba: «¡Es una congregación tan grande!».
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