El rostro delicado de Sor Eusebia Palomino se asomó el 25 de abril de 2004 con timidez a la Plaza de San Pedro cuando Juan Pablo II la declaró beata y estableció su fiesta el 9 de febrero, aniversario de su fallecimiento en 1935. En el gigantesco retrato descubierto en la fachada de la basílica, la minúscula salesiana de Valverde del Camino apareció sorprendida, casi intimidada, por el espectáculo de alegría, aplausos y banderas que desbordaba la plaza.
Con una energía que no mostraba desde hace dos años, el Papa leyó una larga homilía sobre los seis nuevos beatos, entre los que figuran Augusto Czartoryski (1858-1893), príncipe polaco exilado y nieto de la reina María Cristina de Borbón, quien descubrió su vocación salesiana cuando conoció a San Juan Bosco; Laura Montoya (1874-1949), la primera colombiana elevada a los altares; y Alexandrina Da Costa (1904-1955), una laica portuguesa que recibió grandes dones místicos y pasó los últimos trece años de su vida sin comer ni beber, recibiendo como único alimento la Eucaristía.
Espiritualidad y humildad
Juan Pablo II subrayó que «Sor Eusebia Palomino, de las hijas de María Auxiliadora, respondió a la llamada de Dios a través de una intensa espiritualidad y una profunda humildad en su vida diaria». Para la muchacha salmantina que pasó casi toda su vida religiosa en una escuela de Valverde del Camino, «lo importante era amar y servir; el resto no contaba», fiel a la máxima salesiana de «dame almas y quítame todo lo demás». Según el Papa, aquella mujer sencilla, «trazó, con la radicalidad y coherencia de sus opciones, un camino fascinante y exigente de santidad para nosotros y, muy especialmente, para los jóvenes de nuestro tiempo».
La delegación oficial española, presidida por el ministro consejero de la Embajada de España ante la Santa Sede, Luis Belzuz, a quien acompañaba su esposa, contó con la presencia de los alcaldes de Cantalpino (Salamanca) y de Valverde del Camino (Huelva), los dos pueblecitos que enmarcan, entre 1899 y 1935, la vida de Eusebia. El obispo onubense, Ignacio Noguer, intervino en la ceremonia pidiendo al Papa la beatificación de aquella chiquilla de familia muy pobre que empezó a trabajar como niñera a los doce años en Salamanca, derrochó afecto por las niñas de Valverde del Camino, predijo la Guerra Civil, ofreció su dolorosa enfermedad por las almas y difundió la devoción al Amor Misericordioso, revelado pocos años antes a Santa Faustina Kowalska.<span> </span>El rostro delicado de Sor Eusebia Palomino se asomó ayer con timidez a la Plaza de San Pedro cuando Juan Pablo II la declaró beata y estableció su fiesta el 9 de febrero, aniversario de su fallecimiento en 1935. En el gigantesco retrato descubierto en la fachada de la basílica, la minúscula salesiana de Valverde del Camino apareció sorprendida, casi intimidada, por el espectáculo de alegría, aplausos y banderas que desbordaba la plaza.Con una energía que no mostraba desde hace dos años, el Papa leyó una larga homilía sobre los seis nuevos beatos, entre los que figuran Augusto Czartoryski (1858-1893), príncipe polaco exilado y nieto de la reina María Cristina de Borbón, quien descubrió su vocación salesiana cuando conoció a San Juan Bosco; Laura Montoya (1874-1949), la primera colombiana elevada a los altares; y Alexandrina Da Costa (1904-1955), una laica portuguesa que recibió grandes dones místicos y pasó los últimos trece años de su vida sin comer ni beber, recibiendo como único alimento la Eucaristía.Espiritualidad y humildadJuan Pablo II subrayó que «Sor Eusebia Palomino, de las hijas de María Auxiliadora, respondió a la llamada de Dios a través de una intensa espiritualidad y una profunda humildad en su vida diaria». Para la muchacha salmantina que pasó casi toda su vida religiosa en una escuela de Valverde del Camino, «lo importante era amar y servir; el resto no contaba», fiel a la máxima salesiana de «dame almas y quítame todo lo demás». Según el Papa, aquella mujer sencilla, «trazó, con la radicalidad y coherencia de sus opciones, un camino fascinante y exigente de santidad para nosotros y, muy especialmente, para los jóvenes de nuestro tiempo».La delegación oficial española, presidida por el ministro consejero de la Embajada de España ante la Santa Sede, Luis Belzuz, a quien acompañaba su esposa, contó con la presencia de los alcaldes de Cantalpino (Salamanca) y de Valverde del Camino (Huelva), los dos pueblecitos que enmarcan, entre 1899 y 1935, la vida de Eusebia. El obispo onubense, Ignacio Noguer, intervino en la ceremonia pidiendo al Papa la beatificación de aquella chiquilla de familia muy pobre que empezó a trabajar como niñera a los doce años en Salamanca, derrochó afecto por las niñas de Valverde del Camino, predijo la Guerra Civil, ofreció su dolorosa enfermedad por las almas y difundió la devoción al Amor Misericordioso, revelado pocos años antes a Santa Faustina Kowalska.
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